miércoles, 28 de diciembre de 2011
LADY STRACHEY
viernes, 9 de diciembre de 2011
DE DONDE VIENEN EL SOL Y LA LUNA
“Anochecía. Parpadeaban las primeras estrellas mientras yo continuaba sentado allí, aguardando una revelación. Se levantó una brisa agradable y fresca que templó mi ansiedad. Soy montañés. Había bajado a la playa para conocer el mar. Mi abuelo fue marinero y me habló de él, por primera vez, antes de que yo fuera a la escuela. El mar se me representaba como un ogro barbudo, de larga y encrespada melena y mofletes sopladores. A los niños les cuentan siempre historias de terror. Mi abuelo no fue la excepción,. Me hablaba de piratas malvados y caníbales que se comían a los náufragos. El viejo me entregaba libros con historias de mares y marineros y de barcos y batallas navales, que yo devoraba uno tras otro. Cuando el abuelo murió, como premio al heredero de sus pasiones, que a escondidas borroneaba cuadernos con historias, me dejó su biblioteca. Gozaba inventando relatos náuticos, pero mi padre no me dejaba escribir. Tuve una visión libresca del mar, de allí mi obsesión por conocerlo. Nunca me llegaba el momento de bajar a la playa cantábrica, a pocos kilómetros, para encontrarme con él. Lo primero que me llegó del mar, siendo yo un niño, fue un pescado cubierto de sal transitando por el pueblo en un carro. Era un gigantesco pez espada traído por Don Basilio para venderlo en su pescadería. Era tan grande que su cabeza reposaba en el pescante y su espada parecía amenazarnos mientras un ojo nos miraba con cara de pocos amigos. ¿Qué bicho es éste? Un pescado. ¿En qué río nada semejante monstruo? Viene del mar. Las respuestas del pueblo acrecentaron mi intriga.
“Transcurrió el tiempo. Mis obligaciones escolares; el mandato paterno de cortar leña para ayudar al sustento del hogar; el matrimonio con la Pascuala, de poco folgar y joder eficiente (ocho cópulas, ocho hijos), la obligación de alimentarlos y educarlos, la oposición de la Pascuala, postergaban mi quimera. ¡Qué vas a ir a visitar la mar si aún no conoces a mis hermanos! Crecí con la compulsión de ser responsable Como uno debe ser, no como le vengan las ganas. Te bloqueas con imperativos categóricos, apuntaba Don Aureliano, el dueño del comedor del pueblo que leía a los filósofos. Yo repetía como un loro: “me bloquean los imperativos categóricos”, mientras bebía mis chacolíes, uno tras otro, hasta que Don Aure cerraba la fonda y me acompañaba a casa, porque era una buena persona y mi mejor amigo. Contenía las bofetadas que me daba la Pascuala frente a mis hijos, acusándome de borracho. Era injusto. Yo no era un borracho, solo un mero tomador que calmaba sus angustias obsesionado por el recuerdo de unos versos de Espronceda memorizados en la escuela. No me interesaba aún la poesía. La maestra me eligió, por ser afinado, para canturrear unas estrofas musicalizadas para la fiesta de fin de año. Y por mi voz de tenor castrati. Esos versos me encendieron imágenes y fantasías imborrables, instaladas para siempre en mi cerebro, y clavaron en mi corazón la flecha de la pasión por el mar.
“Por las noches me preguntaba: ¿Serán de plata y azul las olas del mar? ¿Qué hace allí la luna que por aquí asoma de entre las montañas? Y entonaba los versos en voz baja, porque cantar me gusta y la voz me fluye de la garganta con la pureza de un flautín.
“Un sentimiento trágico de la vida -tan nuestro- y cierto disfrute por la humillación y el maltrato del más débil - para nada ajeno a nuestra identidad- anidaron en mi memoria hasta hoy. Y los he repetido hasta el cansancio:
Y si caigo
¿qué es la vida?
por perdida
ya la di
cuando el yugo
de mi esclavo
como un bravo
sacudí.
“Al atardecer de un viernes dije basta. Bajé al pueblo, apurando mi paso en el abrupto sendero, al encuentro de mi amigo Aureliano que desciende a Santander los fines de semana, y lo comprometí para que me llevara hasta la orilla del mar. Le dije: ¡He mandado al diablo a la familia! Mañana cumplo cincuenta años y España tiene rey. Es hora de que conozca el mar. Llévame contigo esta tarde y déjame en un lugar donde lo pueda contemplar. Aureliano prometió llevarme a lo alto de un peñasco de Laredo, ‘donde el mar te circunda como si flotaras en él’. Me subió a la grupa de un mulo hasta la cima, ¡Siéntate y aguarda!, gruñó, mientras pegaba media vuelta y desaparecía en la negrura de la noche húmeda, en la oquedad absoluta de unas tinieblas que me impedían toda visión y difundían rumores que llegaban hasta mí con gemidos monótonos y constantes. Cuando amaneció, quedé extasiado y sorprendido. Corridos los velos de sombras y neblinas, teñido de reflejos rosados, conocí el mar. Me he quedado todo el día contemplando extasiado el infinito valle azul. Y sorprendido cuando vi al sol, sobre mi hombro derecho, salir detrás del horizonte y no de entre las montañas. A lo largo del día contemplé su camino por el cielo, hasta hundirse de nuevo en el mar, sobre mi hombro izquierdo. Y he visto también a la luna salir del mar y hacer el mismo recorrido remontando el cielo como un inmenso globo rojo, que emblanquece hasta alcanzar las cimas donde yo siempre la veía asomar y desaparecer. Como el sol.
“Descendí hasta la playa y caminé descalzo sobre la arena. Me mojé los pies en la espuma y descubrí que el mar es salado y frío, muy frío. Aquí me quedo. Éste es mi lugar. Nunca más volveré a mi pueblo. Me encontré con un grupo de pescadores, les ayudé a tender sus redes, cené con ellos una mariscada de órdago, cocochas y bacalao. Bebimos vino de bota y jugamos al mus. Y esa noche me brindaron abrigo en una barca. Me quedé con ellos, como desde siempre. No me sentí incorporado, nunca estuve en otro lugar. Salí a la madrugada para alta mar. Ayudé a envergar las velas. Preparé sedales con anzuelos. Cuando la costa desapareció de nuestra vista, arrojamos las redes y encarnamos los anzuelos. La pesca diaria había comenzado. Yo, a vivir.
“Volvimos al tercer día. Recibí mi paga y me albergué en una posada de Laredo. Aquí me arraigué. Yo fui otro, en otro tiempo. Ya tengo sesenta y cinco años y llegó el tiempo de retirarme. El frío, el viento, el sol, han lacerado mi cuerpo. Pero mi alma está plena como nunca. En la cabaña que habito en la playa de Laredo vivo solo. No solo, que va, me acompañan los libros del abuelo, que leo y releo. Melville, Conrad y London son mis mejores amigos. Borroneo cuadernos mintiendo historias que leería a mis nietos que están allí, en esas montañas. Supongo, porque nunca volví”.
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Esta historia cayó de entre las páginas de la novela Aurora Roja, cuando acomodaba en mi biblioteca de Buenos Aires libros traídos de España. Argentina quemaba los últimos cartuchos del último festival. Resolví gastar mis ahorros ante de que me los confiscaran. Decidí viajar a España para conocer el pueblo de Forúa, desde donde emigraron mis ancestros. Hoy es un municipio de Viscaya de pocos habitantes, que nada me dijo. Sí, el País Vasco, que recorrí en un viaje minucioso desde la Montaña Alavesa y las alturas del Aitxuri, hasta la costa del Cantábrico, amistándome con su gente. En la Feria del Libro Viejo de Santander compré un lote en oferta para traer, desde mi terruño ancestral, algunos libros para mi biblioteca. Me atrajo la temática expuesta: Relatos del mar. Entre ellos estaba el libro de Pío Baroja. Por uno de esos asombrosos avatares de la vida, el texto cayó a mis píes cuando apartaba el libro para regalarlo, porque Pío Baroja no es santo de mi devoción. ¡Y el azar me entregó este inolvidable relato de amor al mar, escrito en la lengua de mi propia sangre. No llevaba firma, ni fecha. Ni las páginas ajadas, arrancadas de un cuaderno, delataban otra circunstancia, salvo que fueron escritas hace muchos años, por un aldeano de la tierra vasca. En el Centro Laurak-Bar nos llevó bastante tempo descifrar la ilegible grafía del manuscrito, y traducirlo. No fue una tarea ingrata. Mucho menos alimentada con chipirones en su tinta y desafíos en el frontón.
Rafael Beláustegui
jueves, 29 de septiembre de 2011
¿QUÉ? Microficción, publicada
jueves, 15 de septiembre de 2011
PEPITO
lunes, 5 de septiembre de 2011
CARTA SECRETA
Perdón Paula si lo que te escribo te parece mal, o que no tendría que haberte escrito esta carta. Pero es que estoy muy mal y no se que hacer. Cuando la profe nos dijo que hay que rezar a Dios y pedir a los amigos, pensé en mandarte un in box por Face para avisarte que te iba a llevar una carta, pero para qué. Anoche decidí darle a Sofi la cartita que vengo pensando desde hace tiempo y le pedí que te la de sin abrir. No le conté lo que desía. Le expliqué que era algo que no me salía hablarlo y que vos a lo mejor lo contarías. Sofi lo entendió, porque sabe que hay cosas que no tengo con quien charlar. Igual estaba recuriosa por saber lo que desía, por que te mandaba una carta secreta. Le expliqué que porque es tu mamá y las dos tenemos trece años y vos sos mi mejor amiga. ¿Me entendés? No. Después la seguimos, le dije.
Paula, lo que necesito desirte y espero que me entiendas, es que desde que papá murió, hace un mes, lo estrañamos mucho mucho y cada ves más Luchito y yo. Me da lástima Luchito porque no cumplió ocho años, y era muy compañero de papi, sobre todo después de que murió mamá. Teito no sabe nada de nada y gatea todo el día por la casa jugando con un autito. Cuando se avive de que falta papá y sepa que mamá murió al nacer el, pobrecito, que tristeza todo. Me parece que busca a su papi por la casa, porque cuando se cansa de jugar con el autito no agarra los otros juguetes, se sienta y mira para todos lados como buscándolo. Con Luchito hablamos mucho, creemos que a papi se le paró el corazon de tristesa, porque se querían mucho con mamá y le agarró un bajón y mucha depre, pasó un año de terror y justo cuando Teíto cumplía un año, esa mañana lo encontramos muerto en la cama. Nos quedamos solos los tres. Creo que sabés que la tía Elvira nos cuida y biene de día para estar con nosotros. Es la única hermana que tubo mami, pero ella también tiene que ocuparse de la abuela Bernarda que es muy gorda y vive sentada en un sillón tocando las castañuelas. La tía llega a casa a la mañana temprano, por suerte vive cerca y cuando pasa el bus por Luchito y por mí, se buelve con la abuela y lo lleva al Teito. A la tarde está cuando llegamos de la escuela y nos prepara la comida y nos da de comer y nos acuesta y rezamos y se vuelve con la abuela cuando nos dormimos los tres y la manda a la Ana para que pase la noche con nosotros. A mi me deja un teléfono en la mesita para llamarla si hase falta.
Paula es recomplicado todo, además la tía no es como mamá, es nerviosa y tiene mal humor y nos grita y nos da órdenes todo el tiempo. Papi tampoco era así. Me animé a escribirte esta cartita después de lo que dijo la profe, pero no es para pedirte nada. Quería hablarlo con ustedes que son como mi segunda familia, y no me salía, pero sentí que lo podía escribir. A mi papi le gustaban los libros, me leía cuentos y yo le escribí algunos cuentitos y lo hacía feliz leerlos. Te mando la carta con Sofi para que lo pienses tranqui a ver si se te ocurre algo. Sofi es mi unica reamiga desde el Jardín, y tu unica hija. Una vez me contó que quería hermanitos y ustedes le dijeron que Tata Dios no se los mandaba. Sé que Ignacio es muy buen papá. Bueno se me acaba el papel y mas no se qué decir. Ah, la casa en que vivimos la compró Papi y hay unos pesos que tiene la tía que van a alcanzar hasta que yo empiese a trabajar dentro de cuatro o cinco años. Perdoname la letra y las faltas de ortografía, un besito y gracias, necesitaba desaogarme. Hablalo con Sofi si te parece, yo no le voy a decir nada.
Muchos besos de
MACARENA
lunes, 29 de agosto de 2011
Cuentos editados . El Instante propicio
Ahí tirado, sobre el cemento frío, ahí tirado, desnudo su cuerpo, dolorido el Beto, sobre el piso de cemento azogado como el mar al anochecer, o en el alba, pispiando el Beto por debajo de la capucha, los ojos hinchados, esa tenue línea de luz bajo el portón de chapa acanalada, como la claridad de horizonte que marca el inicio de crepúsculo, el instante propicio, veinte minutos, allá. Veinte siglos, pensó el Beto, tanteando el piso, buscando algo. Una eternidad desde que lo tiraron ahí, desaparecido el espacio, el tiempo desaparecido, desaparecido. Y las voces, las voces. Las voces deambulando por su mente, como fantasmas. Madre recitando Juana de Arco en la Hoguera: “J´ai perdue, cést a dire que j´ai gagnée” y Remolacha: “¡Ahora te llamás X35, pelotudo, borrate del marote tu puto nombre!” Matemos a Cronos, papá. Mi padre en el puente del petrolero, sextante en mano, señalando el horizonte. Es el instante propicio, Betún, cuando el horizonte y las estrellas conviven en los crepúsculos. ¿Propicio para qué, papá? Para bajar las estrellas con el sextante, hasta el plano del horizonte. Tres estrellas bastan para ubicar el punto exacto en donde estamos. ¿Bajar las estrellas, papá? Bueno, en el idioma de los navegantes. ¿Y dónde estamos, papá? Tantea el suelo buscando algo para el instante propicio, cuando el horizonte y las estrellas conviven en el cielo en la naciente claridad del alba o en la declinante luz del crepúsculo vespertino. El Beto escudriña a ras del suelo, bajo la capucha, los ojos hinchados, la línea horizontal que filtra el portón y las pequeñas esferas de los agujeros de balas disparadas para divertirse, ellos, que simulan ejecuciones cuando el dolor no quiebra. La mano buscando el sextante, hasta desfallecer nuevamente.
La eternidad transcurre, fluye como un río que no pasa dos veces por el mismo lugar, dijo alguien. Los gritos bajaron de tono, el Beto asombrado por el trato amable, comida caliente, el Beto no pudiendo creer en las albóndigas que flotan en el plato de sopa, y la papa, medio cruda, pero papa, ché, papa y membrillo de postre, el Beto pudiendo contar, ahora, marcando con la uña en la roña del piso, cada comida recibida. Una comida por día, conjetura. Ya pasaron nueve días. Se les habrá dado vuelta la torta. El pueblo unido jamás será vencido.
Remolacha apareció al décimo día. Te vamos a trasladar, X35. ¿A dónde? A un granja, en el Chaco, para rehabilitarte. ¿Y mi compañera?, se atreve a preguntar. También, a la misma granja. Remolacha adivina la próxima pregunta. Al pibe lo entregaremos más tarde, anticipa, cuando estemos seguros de que se dejarán de joder les entregamos el pibe. Era como para seguir sonsacando. Pero la cara de Remolacha inspiraba terror.
Por la noche, que el Beto reconocía por los silencios más prolongados, comenzó el movimiento. Cuchicheos, arrastrar de muebles, percusión de tacos, a media voz las órdenes, y los gemidos de siempre. Y ahora el ronronear de motores y el insoportable olor a gasoil quemado. A éste metémelo en el primer camión. Lo hacinaron al Beto con otros cuerpos hediondos de vómitos, de orina, de pus, que se retorcían quejosos como una masa informe, que se fue calmando, adormeciéndose la masa, mientras los borceguíes pisoteaban, abriéndose paso entre la mierda, pensaban ellos. El Beto sintió el pinchazo en la espalda. Es para tranquilizarte, pibe. Se preocupan, ahora, ¿Viste?, se preocupan ahora, le dijo al de al lado. El camión cruje sobre el empedrado. ¿A vos te parece? ¡Se me callan la boca, carajo, aquí no se habla! Fue lo último que oyó hasta que entre sueños sintió el ruido creciente de otros motores que se acercaban. ¿O ellos se acercaban al ruido de otros motores? El camión se bambolea ahora, como siguiendo una huella de barro profundo, el bramido del motor mezclándose con lo otro, cada vez más cercano, hasta la fusión en un solo ruido atronador cuando se desliza sobre la pista para detenerse al costado del avión que esperaba con los cuatro motores encendidos, la masa informe dormitando serena.
El Beto estiró el brazo, como buscando algo. El brazo flotó en el vacío, en la penumbra del instante propicio. “So run my dreams,¿but what am I? An infant crying in the night”, mamita Hay claridad en el horizonte y brillo en las estrellas. Estrellas abajo y horizonte arriba, horizonte arriba, estrellas abajo, horizonte vertical, estrellas a diestra y siniestra. Si encontráramos el sextante papá, bajaríamos tres estrellas para saber dónde estamos, en el instante propicio.
miércoles, 6 de julio de 2011
SONETO CAMPERO
sin haber cabalgado en nuestra pampa,
ni gozar del extracto de poesía
que dispersa la tierra cuando escampa.
Cuando el sol nos enciende su bujía
el mate amargo en nuestra mesa acampa,
y comienza ese diario día a día
hasta el momento de clavar la guampa.
Con el primer bostezo de las vacas
se alborotan los gallos y los teros,
y hay paisanos ciñéndose las facas
mientras otros preparan sus aperos.
Despido a la patrona en el palenque
Con el último mate y mi rebenque.
lunes, 30 de mayo de 2011
LAS VUELTAS DE LA VIDA
– Vea Julieta las vueltas de mi vida. Ya me he cansado de contarlas. No, francamente, porque tenga vocación de hincarme en confesionarios, sino porque inspiro curiosidad y me preguntan. Sea por mi forma de vestir desaliñada y policromática, injuriada por las manchas inevitables que se alojan en mis corbatas y, en las camisas, en la zona inflamada por el abdomen; sea por mi rechazo a renovar mi calzado (uso desde hace treinta años los mismos zapatos marrones) de cuero de potranca, eso sí; sea porque me han visto acompañado por mujeres diversas , más bien jóvenes, todas; sea porque dicen de mí que no sólo soy raro, sino malvado. Pero no vaya usted a creerlo.
– Yo le acepté el convite, Tristán -¿lo llaman Tristón, verdad?- porque me gustó su manera de plantearlo. Los hombres son vuelteros, es como si jugaran a las bochas con las mujeres. Se arriman convencidos de que el más arrimado gana la partida. Usted se me tiró de aire, desparramó a los más próximos, me arrastró un trecho y se me quedo pegado. Ganó la partida.
– ¿Vió?
jueves, 19 de mayo de 2011
¡VOLARE, OH, OH!
¡VOLARE... OH, OH!
En la mesa familiar conversábamos con frecuencia sobre viajes en avión. A mis padres les apasionaba recorrer el mundo y, turistas empedernidos, lo conocieron muy bien. Sus anécdotas, contadas entre plato y plato, nos contagiaron el entusiasmo, pero los tres hermanos debimos esperar a ser mayores para volar por el mundo.
Mariela fue la primera que se lanzó. A los dieciocho años logró ingresar como azafata en Iberia y voló por más de diez años hasta que fue madre y la desembarcaron. Ahora sigue haciendo turismo y utiliza los aviones, con su esposo y su hijita, aprovechando los pasajes de cortesía que le otorga la empresa.
Gervasio se recibió de Ingeniero de Sistemas y la empresa que lo emplea lo manda de aquí para allá, para auditar sucursales en todo el mundo. Gervasio nos dice, en confidencia, que siempre dispone de dos o tres días por semana para conocer las ciudades que visita. Viaja en primera clase y se aloja en hoteles de cinco estrellas.
En cuanto a mí, tuve la fortuna de casarme con Zahira, hija de un Jeque árabe. Me costó renunciar a mi religión, con gran disgusto de mis padres, para hacerme musulmán. Pero Zaira es bella y la hija preferida del Jeque saudí, así que recorremos todo el mundo con el Lear Jet del papá, mientras yo me intereso en sus negocios y oficio de traductor. No fue en vano que estudiara tres idiomas: inglés, francés y alemán; más mi lengua materna, son recursos valiosísimos al servicio de mi suegro.
miércoles, 11 de mayo de 2011
Crónica de viaje
CHILOÉ, EL PAIS DE LOS HECHIZOS
“Érase un archipiélago poblado de innumerables islas deleitosas” (Alonso de Ercilla)
En el año 1834, Charles Darwin recorrió desarmado la isla de Chiloé. Casi ciento ochenta años después el poblador Eulogio Hueiquén, aún puede afirmar: “Aquí nadie entorpece, compañero, ustedes pueden recorrer nuestra isla sin temor. Gente buena aquí, gracias a Dios”.
Chiloé es como un país dentro del país chileno. La isla mayor es en extensión la segunda de América del Sur, después de Tierra del Fuego. La población ronda los ciento ochenta mil habitantes. Sus habitantes, llamados chilotes, se expandieron hacia el norte y hacia el sur y cruzaron a
Chiloé y su archipiélago se extienden hacia el continente. La costa occidental es abrupta y despoblada. En la parte central un Parque Nacional exhibe especies vegetales y animales, y un bosque pródigo de alerces, plantas y frutos de sabores exquisitos, contornea lagos de belleza indescriptible. Ciento cincuenta iglesias del siglo diecisiete, construidas en madera, joyas arquitectónicas inspiradas por jesuitas alemanes, se multiplican en los pueblos de la isla y su archipiélago. En la costa oriental, hermosísimos pueblos lucen casas techadas con tejuelas de la misma madera.
Ancud al norte y Castro en el centro, la capital, son las dos ciudades más importantes. En Quemchi, Dalcahue, Achao, Chonchi, Queilén o Quellón, conviven pescadores y campesinos, profesiones cardinales de la región, con prósperos comerciantes. Se cultiva la papa, original de estas islas. Carretas arrastradas por bueyes, aún hoy conviven con vehículos todo terreno conducidos por orgullosos chilotes de caras dulces y miradas serenas. Son campesinos que se desplazan de un fundo a otro trabajando con un gran sentido de solidaridad. . En las costas se multiplican las “salmoneras” y reservas para la cría de ostras, almejas, mejillones, y otros mariscos que Chile exporta. El progreso económico ha llegado a Chiloé.
El chilote vivió aislado, plasmando su cultura en cuatrocientos años de intercambio hispano-aborigen, Adoptó religiones europeas, mezcladas con ritos indígenas. El misterio de los canales y el peligro de la selva estimularon la imaginación chilota que aún nombra brujos y duendes como el Trauco, seductor de doncellas,
Se deja Chiloé anhelando el retorno. El mapuche Antonio Manquileo auténtico filósofo de la comunidad chilota, me dijo hace más de treinta años: “Dicen que otros pueblos fueron más civilizados que nosotros ¿Porque construyeron pirámides? ¿Porque descubrieron el oro? Las pirámides simbolizan ambición; el oro, codicia Y cuando nace una ciudad comienza a morir un río. Aun los pueblos más avanzados tuvieron esclavos. Los mapuches, en cambio, nunca abandonamos los valores que hoy reconoce y promueve la sociedad: la paz, la naturaleza, la vida familiar, la solidaridad entre hombres libres. ¿Quiénes tienen más derecho a llamarse civilizados?
viernes, 29 de abril de 2011
ATARDECERES
He llegado a una edad que, cuando joven, suponía inalcanzable. Festejar el ingreso al Siglo XXI era mi obsesiva esperanza; debía sobrepasar veinte días los setenta y tres años. En aquellos tiempos sobrepasar los setenta era infrecuente. La cuestión de la edad -del tiempo vivido y el horizonte a alcanzar- fue mi angustia existencial congénita. Cuando aún no dominaba el habla acosaba a los mayores preguntando: ¿Ocho es mucho? La mayoría eludía la respuesta, porque no me entendían, o por lo abstracto de mi pregunta. Quienes me entendían -y atendían- repreguntaban: ¿ocho qué? Y mi respuesta fue siempre repetida y lacónica: Ocho. En mi familia me hice fama de niño raro. Cuando alcancé la edad de la razón dejé de preguntar si ocho era mucho. Hasta la adolescencia ignoré el motivo esencial de mi intriga. Superada esa etapa, la libido y el interés por la filosofía irrumpieron de la mano en mi cotidianeidad. La biblioteca de mi padre me nutrió de los primeros conocimientos (filosóficos). Creo que en un libro de Bergson encontré la respuesta que esperaba. Ese niño quería saber si ocho años eran muchos, porque para él representaban el doble de la edad que tenía y, enfrentado a la gente grande, eran pocos, muy pocos. No me pregunten por qué nunca lo aclaré. Supongo que por timidez, o porque aún no había llegado el momento de reflexionar sobre la relatividad del tiempo. Bergson me alumbró. En mi familia pocos vivieron más de setenta años. En aquel entonces la gente se moría entre los cuarenta y los sesenta. La sífilis, la tuberculosis y los síncopes cardíacos eran los principales responsables. Del cáncer se hablaba poco, quizá por las mismas razones de hoy. Ahora sé que varios ancestros míos pasaron sifilíticos a mejor vida a los cuarenta, pero nadie lo reconoció en mi familia. “Se murió del corazón”, se susurraba en los velorios. El HIV no fue, ni pudo ser, un problema para mí.
Estas cavilaciones me acompañaron buena parte del viaje a Río de Janeiro, al ritmo del traqueteo de un ómnibus poco confortable. Viajar en esas condiciones, un hombre de mi edad, de pasado esplendor y limitados recursos actuales, no fue por el mero capricho de alcanzar un escenario en el que nunca había pensado estar, a no ser por esa compulsión innata de eterna juventud que me dominó siempre, ¡la fuente de Juvencia cantada por mis poetas! Cuando fui joven tuve plena conciencia de serlo y cuidé mi divino tesoro mientras mis amigos lo derrochaban en todo tipo de lujurias. No bebí alcohol, no fumé, no cometí excesos alimentarios; controlaba mi peso y la calidad de mi alimentación. No caí en la tentación de la droga. Hice deportes y fui mujeriego, cuidadosamente mujeriego, no putañero. Me casé tres veces y tuve cinco hijos.
En el viaje trabé relación con mi compañero de asiento, un joven carioca de la edad de mis nietos menores. Se llamaba Beto. Hablaba bastante bien el español. Le conté mi proyecto y le pedí que me ayudara a cumplirlo. Me escuchó atentamente con cara azorada, hasta que me interrumpió:
-Me parece señor que usted desvaría, é um pouquitinho maluco, discúlpeme.
-¿Porque quiero hacer hoy algo que nunca pude? ¿Porque sigo soñando despreocupado del lastre de mis años? ¿Supones que debo contemplar, con la resignación de lo inalcanzable, a los jóvenes que innovan con nuevos deportes que yo haría si tuviera la edad de ellos?
-Usted habrá sido un buen deportista, pero asuma que é um velho y que el tiempo ya pasó.
-Mis fuerzas actuales no me permitirían practicar surf, o kite, o windsurf, o tirarme en paracaídas.
-Obvio, ¿cuántos años tiene usted?
- Voy a cumplir noventa y tres.
-Representa mucho menos, pero a esa edad debería olvidarse de practicar deportes, cualquier tipo de deportes. Se lo digo amistosamente, usted me cae bien.
-Mira Beto, creo que tú podrías ayudar a darme el último gran gusto de mi vida. Un proyecto racional, aunque parezca descabellado, en línea con lo que fui y estimo poder seguir siendo. No padezco locura senil.
Le conté mi idea, argumenté razones, aclaré que no planeaba un suicidio. Había sobrepasado el ansiado Siglo XX y ahora quería seguir viviendo con plenitud y festejar mis cien años de vida. Y cumplir con el sueño metido en mi cabeza desde hace añares. Le conté mi obsesión. Beto mantuvo un largo silencio que rompió diciéndome:
-Tengo un amigo que puede ayudarle, vive en Ipanema, se llama Chico.
Al Terminal nos dimos un fuerte abrazo. Insistió, potenciando su opinión con simpatía, que yo era muito maluco. Me prometió hablar con Chico y aseguró llamarme por teléfono al hotel donde estaría hospedado. Dos días permanecí en la habitación reponiendo energías.
Sonó el teléfono muy temprano. Era Chico. Me dijo que pasaría a buscarme con su Jeep al mediodía, para ir a una playa de Ipanema. Corto diálogo: Llevaré lo que a usted le interesa, digo Le agradezco, Beto le habrá contado, dice. Si, hablamos largamente, digo. Para mí también es una experiencia muy interesante, dice.
Por el demorado tránsito, tardamos más de una hora en llegar a la playa. Durante el trayecto recibí una clase teórica con minuciosidad magistral. Yo, que había pensado tanto en ello, no tuve mayores dificultades de comprensión. Sabía que requería más habilidad que esfuerzo y saber utilizar el impulso contrario, como en el Yudo. Mi contrincante sería la naturaleza y sus fuerzas: el viento, las térmicas, la presión barométrica, la gravedad. Las mías, el aprovechamiento inteligente de todas. Chico fue muy claro: Debes sacar partido de ellas, lo harás sin esfuerzo, cómodamente colgado en posición horizontal, serás un pájaro deambulando por el espacio, te invadirá un goce sensual, alto, agudo, como el instante previo al orgasmo. ¡Olé!, musité entre dientes. Doblamos a la izquierda y enfrentamos la playa. El Jeep se desplazaba como sobre una capa asfáltica. En un claro humano nos detuvimos. Chico extendió telas, barras de aluminio, sogas, ganchos, cinturones de seguridad y armó el artefacto multicolor. Para sujetarlo lo cubría con arena. La calma del medio día no complicó las cosas. Mientras tanto me enseñaba: Tú te cuelgas de acá, pones tus pies allí, te ajustas con esto, te relajas, todo lo que tienes que hacer es aflojar las rodillas cuando toques tierra, lo demás te será fácil, has tripulado veleros. Pasamos el día pregunta va, respuesta viene. Bajo la sombra de un cocotero, sostuvimos esta conversación:
-El Beto me dijo que querías hacer algo imposible para a tu edad.
-¿Y tú, que piensas?
-Pienso que me permitirás confirmar algo de lo que estoy convencido. Serás el conejillo de la india ideal para experimentarlo. ¿Dónde encontrar otro conejo casi centenario?
Reí con ganas.
-Demostraremos –registré la pluralización- que no hay límites de edad para este deporte.
Al atardecer me llevó nuevamente al hotel. Al despedirse me recomendó descansar todo el día siguiente mentalizando las enseñanzas, imaginando las situaciones que podría afrontar y concentrado siempre en la experiencia que iba a vivir. Pasado mañana te buscaré a las cinco de la tarde, el atardecer es la mejor hora, afirmó.
Fue puntual. Subiendo a
Rafael Beláustegui
miércoles, 13 de abril de 2011
INSTRUCCIONES PARA LUCIR Y RECORTARSE EL BIGOTE
El bigote es un complemento velludo que decora algunas caras, vacío de utilidad y molesto para compartirlo en la intimidad. No obstante, mucha gente lo luce, sobre todo el personal de las fuerzas de seguridad. Tengo experiencia en bigotes, porque los uso desde que comenzó a crecerme vello en la cara. Fui precursor de las barbas juveniles una generación antes de que irrumpieran los Beatles. Sin embargo, mi barba fue efímera. Mi padre vetó la iniciativa, pero no objetó la permanencia de mi bigote. De ellos entiendo mucho, por eso decidí trasmitir la tecnología en un manual de instrucciones. En eso ando en estos días. Vaya este anticipo.
Una primera advertencia: no cavilar mucho cuando la idea ronde la cabeza. Hay que decidirse, y dejar el cerebro libre para pensamientos más importantes. Ayuda sobrevolar el campo temático observando fotografías de personajes con bigotes famosos, que no es lo mismo que decir personajes famosos con bigotes. Matiz de importancia. Recomiendo estudiar los de Pancho Villa, mostachos machazos; Salvador Dalí, pícaras antenas espigadas; Adolfo Hitler, y su entrecomillado nasal; Groucho Marx, de histriónica facha; Cantinflas, con pelusas en las comisuras labiales; Clark Gable, icono metrosexual de los primeros tiempos del cine. Hay más. Sugiero aprovecharlos para lograr un amplio panorama de antecedentes, soporte cultural de futuras decisiones. La ojeada debe incluir la morfología de las cejas, porque juegan en equipo.
El primer paso es dejarse crecer la barba unos diez días, en una zona amplia y generosa, de media nariz para abajo, rasurando el resto. Parecerás por un tiempo un condenado zaparrastroso. Durante ese lapso repasa fotografías, mírate en el espejo del baño y forma opinión sobre lo que más te conviene o interesa. Observa con detención tu rostro y las formas, proporciones, y distancia entre sus accidentes relevantes: la nariz, los labios, las orejas, y los ojos, con sus cejas. Evalúa la planicie de tus mejillas, la protuberancia de tus pómulos o, si fuese el caso, la comba de tus mofletes. Graba en tu mente el óvalo o círculo de tu cabeza. Ubica las solapas laterales del botiquín de modo que los espejos den la mejor perspectiva de tu cara, con perfecta iluminación.
El segundo paso es sentarse frente a una mesa de dibujo con varios pliegos y carbonillas, y una goma de borrar. Concéntrate. Reproduce el contorno de tu cara grabado en tu mente, todas las veces necesarias hasta lograr la mayor aproximación a la realidad. Repítelo, descartando hojas, hasta quedar satisfecho. Luego introduce dentro del perímetro los rasgos de tus ojos (con las cejas), la nariz, los labios y las orejas. Respeta al máximo las proporciones y distancias relativas. Borra sin asco todas las veces necesarias, hasta quedar conforme. Podría suceder que debas volver a fojas cero más de una vez,
Para el tercer paso, debes conseguir los siguientes adminículos: Una afeitadora de hoja; un peine fino de metal -de los usados para sacarle los piojos a los niños- metálico o de carey, no de plástico; una tijera larga, fina y bien afilada; un encendedor de llama graduable; una piedra pómez; un tintero con acuarela blanca, bien diluida; una cinta adhesiva de color negro - usadas como aislante eléctrico- de cuatro centímetros de ancho; un frasquito de solvente rebajado; espuma de afeitar; y agua de Colonia. Coloca todos estos elementos sobre la repisa del botiquín. Luego comienza a pintar con la acuarela la incipiente barba que te has dejado. Déjala secar. Prosigue pegando la cinta sobre el labio superior, sin dejar luz, haciendo una muesca para encajar la nariz. Limpia con el solvente la superficie sobrante, aplica espuma de afeitar y aféitala, refresca con agua de Colonia; todo con el cuidado de no despegar la banda negra. Tendrás a la vista un bigote plástico, equivalente a lo que para un escultor es el bloque de mármol para tallar su obra. Estarás en condiciones de evaluar diferentes alternativas para su diseño definitivo.
El cuarto paso es despegar la cinta y observar tu grotesco bigote color cano. Define el diseño definitivo sombreándolo con las carbonillas, tomando como modelo el dibujado en el segundo paso. Cuando estés satisfecho, debes afeitar con cuidado el exceso. Este es el momento más dificultoso. Primero, porque habrás de hacerlo en seco, y te dolerá. Segundo, porque excederse es un error irreparable.
El quinto paso, lograda la forma, es darle la espesura deseada. Dispones de una alternativa: recortar el excedente con la tijera, o quemarlo con la llama del encendedor. En la primera el resultado es más desparejo; en la segunda más uniforme. Yo prefiero la segunda, a pesar del mayor riesgo. La técnica es la siguiente: Con el peine fino sostén el pelo de abajo hacia arriba, dejando sobresalir el tramo que desees eliminar. Con la llama del encendedor, quémalo. El peine de metal impedirá un incendio, pero una toalla húmeda a mano es más que prudente. Hazlo tomando tiempo y cuidado. El resultado será impecable, pero en los extremos habrá pequeñas bolitas de pelos chamuscados. Ahí, interviene la piedra pómez para eliminarlas, emparejar el bigote, y otorgarle una textura aterciopelada. Te permitirá besar los labios más tiernos sin injuria alguna.
Doy fe de que la primera vez es un trabajo difícil. Luego, el mantenimiento es muy sencillo. Sugiero lapsos semanales para prolijear el bigote. No deleguéis esta tarea, los fígaros están para otros trabajos. Es una responsabilidad personal y privada, como la higienización de nuestras partes íntimas.
Espero haber contribuido para que nuestra desalineada juventud ofrezca un mejor espectáculo a nuestros conciudadanos y a la pléyade turística que nos visita.