– Vea Julieta las vueltas de mi vida. Ya me he cansado de contarlas. No, francamente, porque tenga vocación de hincarme en confesionarios, sino porque inspiro curiosidad y me preguntan. Sea por mi forma de vestir desaliñada y policromática, injuriada por las manchas inevitables que se alojan en mis corbatas y, en las camisas, en la zona inflamada por el abdomen; sea por mi rechazo a renovar mi calzado (uso desde hace treinta años los mismos zapatos marrones) de cuero de potranca, eso sí; sea porque me han visto acompañado por mujeres diversas , más bien jóvenes, todas; sea porque dicen de mí que no sólo soy raro, sino malvado. Pero no vaya usted a creerlo.
– Yo le acepté el convite, Tristán -¿lo llaman Tristón, verdad?- porque me gustó su manera de plantearlo. Los hombres son vuelteros, es como si jugaran a las bochas con las mujeres. Se arriman convencidos de que el más arrimado gana la partida. Usted se me tiró de aire, desparramó a los más próximos, me arrastró un trecho y se me quedo pegado. Ganó la partida.
– ¿Vió?
No hay comentarios:
Publicar un comentario