El bigote es un complemento velludo que decora algunas caras, vacío de utilidad y molesto para compartirlo en la intimidad. No obstante, mucha gente lo luce, sobre todo el personal de las fuerzas de seguridad. Tengo experiencia en bigotes, porque los uso desde que comenzó a crecerme vello en la cara. Fui precursor de las barbas juveniles una generación antes de que irrumpieran los Beatles. Sin embargo, mi barba fue efímera. Mi padre vetó la iniciativa, pero no objetó la permanencia de mi bigote. De ellos entiendo mucho, por eso decidí trasmitir la tecnología en un manual de instrucciones. En eso ando en estos días. Vaya este anticipo.
Una primera advertencia: no cavilar mucho cuando la idea ronde la cabeza. Hay que decidirse, y dejar el cerebro libre para pensamientos más importantes. Ayuda sobrevolar el campo temático observando fotografías de personajes con bigotes famosos, que no es lo mismo que decir personajes famosos con bigotes. Matiz de importancia. Recomiendo estudiar los de Pancho Villa, mostachos machazos; Salvador Dalí, pícaras antenas espigadas; Adolfo Hitler, y su entrecomillado nasal; Groucho Marx, de histriónica facha; Cantinflas, con pelusas en las comisuras labiales; Clark Gable, icono metrosexual de los primeros tiempos del cine. Hay más. Sugiero aprovecharlos para lograr un amplio panorama de antecedentes, soporte cultural de futuras decisiones. La ojeada debe incluir la morfología de las cejas, porque juegan en equipo.
El primer paso es dejarse crecer la barba unos diez días, en una zona amplia y generosa, de media nariz para abajo, rasurando el resto. Parecerás por un tiempo un condenado zaparrastroso. Durante ese lapso repasa fotografías, mírate en el espejo del baño y forma opinión sobre lo que más te conviene o interesa. Observa con detención tu rostro y las formas, proporciones, y distancia entre sus accidentes relevantes: la nariz, los labios, las orejas, y los ojos, con sus cejas. Evalúa la planicie de tus mejillas, la protuberancia de tus pómulos o, si fuese el caso, la comba de tus mofletes. Graba en tu mente el óvalo o círculo de tu cabeza. Ubica las solapas laterales del botiquín de modo que los espejos den la mejor perspectiva de tu cara, con perfecta iluminación.
El segundo paso es sentarse frente a una mesa de dibujo con varios pliegos y carbonillas, y una goma de borrar. Concéntrate. Reproduce el contorno de tu cara grabado en tu mente, todas las veces necesarias hasta lograr la mayor aproximación a la realidad. Repítelo, descartando hojas, hasta quedar satisfecho. Luego introduce dentro del perímetro los rasgos de tus ojos (con las cejas), la nariz, los labios y las orejas. Respeta al máximo las proporciones y distancias relativas. Borra sin asco todas las veces necesarias, hasta quedar conforme. Podría suceder que debas volver a fojas cero más de una vez,
Para el tercer paso, debes conseguir los siguientes adminículos: Una afeitadora de hoja; un peine fino de metal -de los usados para sacarle los piojos a los niños- metálico o de carey, no de plástico; una tijera larga, fina y bien afilada; un encendedor de llama graduable; una piedra pómez; un tintero con acuarela blanca, bien diluida; una cinta adhesiva de color negro - usadas como aislante eléctrico- de cuatro centímetros de ancho; un frasquito de solvente rebajado; espuma de afeitar; y agua de Colonia. Coloca todos estos elementos sobre la repisa del botiquín. Luego comienza a pintar con la acuarela la incipiente barba que te has dejado. Déjala secar. Prosigue pegando la cinta sobre el labio superior, sin dejar luz, haciendo una muesca para encajar la nariz. Limpia con el solvente la superficie sobrante, aplica espuma de afeitar y aféitala, refresca con agua de Colonia; todo con el cuidado de no despegar la banda negra. Tendrás a la vista un bigote plástico, equivalente a lo que para un escultor es el bloque de mármol para tallar su obra. Estarás en condiciones de evaluar diferentes alternativas para su diseño definitivo.
El cuarto paso es despegar la cinta y observar tu grotesco bigote color cano. Define el diseño definitivo sombreándolo con las carbonillas, tomando como modelo el dibujado en el segundo paso. Cuando estés satisfecho, debes afeitar con cuidado el exceso. Este es el momento más dificultoso. Primero, porque habrás de hacerlo en seco, y te dolerá. Segundo, porque excederse es un error irreparable.
El quinto paso, lograda la forma, es darle la espesura deseada. Dispones de una alternativa: recortar el excedente con la tijera, o quemarlo con la llama del encendedor. En la primera el resultado es más desparejo; en la segunda más uniforme. Yo prefiero la segunda, a pesar del mayor riesgo. La técnica es la siguiente: Con el peine fino sostén el pelo de abajo hacia arriba, dejando sobresalir el tramo que desees eliminar. Con la llama del encendedor, quémalo. El peine de metal impedirá un incendio, pero una toalla húmeda a mano es más que prudente. Hazlo tomando tiempo y cuidado. El resultado será impecable, pero en los extremos habrá pequeñas bolitas de pelos chamuscados. Ahí, interviene la piedra pómez para eliminarlas, emparejar el bigote, y otorgarle una textura aterciopelada. Te permitirá besar los labios más tiernos sin injuria alguna.
Doy fe de que la primera vez es un trabajo difícil. Luego, el mantenimiento es muy sencillo. Sugiero lapsos semanales para prolijear el bigote. No deleguéis esta tarea, los fígaros están para otros trabajos. Es una responsabilidad personal y privada, como la higienización de nuestras partes íntimas.
Espero haber contribuido para que nuestra desalineada juventud ofrezca un mejor espectáculo a nuestros conciudadanos y a la pléyade turística que nos visita.
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