jueves, 19 de mayo de 2011

¡VOLARE, OH, OH!

¡VOLARE... OH, OH!

En la mesa familiar conversábamos con frecuencia sobre viajes en avión. A mis padres les apasionaba recorrer el mundo y, turistas empedernidos, lo conocieron muy bien. Sus anécdotas, contadas entre plato y plato, nos contagiaron el entusiasmo, pero los tres hermanos debimos esperar a ser mayores para volar por el mundo.

Mariela fue la primera que se lanzó. A los dieciocho años logró ingresar como azafata en Iberia y voló por más de diez años hasta que fue madre y la desembarcaron. Ahora sigue haciendo turismo y utiliza los aviones, con su esposo y su hijita, aprovechando los pasajes de cortesía que le otorga la empresa.

Gervasio se recibió de Ingeniero de Sistemas y la empresa que lo emplea lo manda de aquí para allá, para auditar sucursales en todo el mundo. Gervasio nos dice, en confidencia, que siempre dispone de dos o tres días por semana para conocer las ciudades que visita. Viaja en primera clase y se aloja en hoteles de cinco estrellas.

En cuanto a mí, tuve la fortuna de casarme con Zahira, hija de un Jeque árabe. Me costó renunciar a mi religión, con gran disgusto de mis padres, para hacerme musulmán. Pero Zaira es bella y la hija preferida del Jeque saudí, así que recorremos todo el mundo con el Lear Jet del papá, mientras yo me intereso en sus negocios y oficio de traductor. No fue en vano que estudiara tres idiomas: inglés, francés y alemán; más mi lengua materna, son recursos valiosísimos al servicio de mi suegro.

¡Cuántas veces he pensado en la influencia paterna lograda en aquellas mesas de nuestra infancia! Nuestros padres nos enviaron a buenos colegios, se preocuparon por nuestra formación ulterior, nos eligieron buenos maestros y, sobre todo, predicaron con su ejemplo. Pero la vocación de los tres hermanos no se gestó en las aulas, sino en el ámbito nada académico de la gastronomía hogareña.

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