¡VOLARE... OH, OH!
En la mesa familiar conversábamos con frecuencia sobre viajes en avión. A mis padres les apasionaba recorrer el mundo y, turistas empedernidos, lo conocieron muy bien. Sus anécdotas, contadas entre plato y plato, nos contagiaron el entusiasmo, pero los tres hermanos debimos esperar a ser mayores para volar por el mundo.
Mariela fue la primera que se lanzó. A los dieciocho años logró ingresar como azafata en Iberia y voló por más de diez años hasta que fue madre y la desembarcaron. Ahora sigue haciendo turismo y utiliza los aviones, con su esposo y su hijita, aprovechando los pasajes de cortesía que le otorga la empresa.
Gervasio se recibió de Ingeniero de Sistemas y la empresa que lo emplea lo manda de aquí para allá, para auditar sucursales en todo el mundo. Gervasio nos dice, en confidencia, que siempre dispone de dos o tres días por semana para conocer las ciudades que visita. Viaja en primera clase y se aloja en hoteles de cinco estrellas.
En cuanto a mí, tuve la fortuna de casarme con Zahira, hija de un Jeque árabe. Me costó renunciar a mi religión, con gran disgusto de mis padres, para hacerme musulmán. Pero Zaira es bella y la hija preferida del Jeque saudí, así que recorremos todo el mundo con el Lear Jet del papá, mientras yo me intereso en sus negocios y oficio de traductor. No fue en vano que estudiara tres idiomas: inglés, francés y alemán; más mi lengua materna, son recursos valiosísimos al servicio de mi suegro.
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