lunes, 27 de enero de 2014

ESTO NO ES UN CUENTO, de PASTOR URDINARRAIN


Descendí a hasta la bahía del puerto por un camino transversal. Por los adoquines de la callejuela trastabillé hasta la costa, donde me encontré con aquél banco centenario de lapacho, sombreado por un ceibal. Frente al río, dos casas coloniales, rodeadas de juncos, sobrevivían los azotes de las sudestadas. Llegué hasta las ondas  barrosas del estuario. No estaba. 
-  Yo vine, ¿ella vendrá?

Marcela y yo, alcanzamos a nado este lugar hace treinta años, con nuestro último aliento. Era una noche de plenilunio ese martes del 30 de diciembre de 1982. El vendaval había tumbado nuestra balandra. Cuando la luna llena despejó las nubes, el viento amainó y el río recobró cordura. Dejamos a la deriva la barca y braceamos hasta hacer pié. 
-Tomá el timón, Marce, arriaré la vela.
-¿Bajarla? No entiendo, Rafa. Se viene la noche, quedaremos flotando en medio del río. Se ve la costa, estamos cerca. No le discuto capitán, venga la barra - por qué no intenta llegar al puerto de San Isidro, susurra Marcela.
-Prefiero esperar las primeras ráfagas a palo seco, después veremos. No te preocupes.
-Me preocupa otra cosa... - sujeta el timón en tanto su compañero salta y corre hasta el palo para arriar y adujar el paño con un cabo. El barco rola a merced de las ondas que lo cruzan de estribor a babor para desvanecerse en la ribera. Afirma la botavara con escota y driza, y como un felino salta junto a Marcela.
-¿Te preocupan tus hijos? 
-No dije mis hijos, me inquieta otra cosa.
-¿Puedo saber qué?
        
Manoteó una bolsa y los salvavidas, tomó del brazo a su compañera, la forzó a saltar.
-¡Al agua! - Dócil o atónita, se lanzó con él al río.
- ¡Edgardo! ¡Edgardo!, farfulló en el aire. 
-¡Sin nadar! ¡Ahorrar energías! La corriente y el noreste nos dejarán en la orilla. Aquí hay poca profundidad y es arcillosa. El agua está templada. Aferrate al salvavidas.
-Afuera del agua tendremos frío.
-En la madrugada.
-¡Empapados!!
-Nos sacaremos la ropa, nos abrazaremos entre los juncos. Con palmadas y masajes los cuerpos entrarán en calor. En la bolsa hay dos trajes de agua.
-¿Te parece?
-No me parece. Tampoco que pidamos auxilio en pelotas. 

Quedaron a la deriva, en silencio, a merced de la corriente. El frío de la noche les entumecía la cara. Los cuerpos, templados por el agua del río, incitaban a constantes chapuzones. El viento amainaba y rotaba al norte. Alguna estrella de primera magnitud, algún planeta, asomaba en el cielo. Comenzaba a clarear. Rafael conjeturó: es el instante propicio, cuando los navegantes aprovechan la coexistencia del astro y el horizonte para medir la altura con el sextante. El instante propicio del crepúsculo matutino. En veinte minutos habrá claridad, el sol comenzará a teñir el horizonte, vendrá la calma, el río en bajante nos acercará a la playa.
-Falta poco, Marce.
-¿Cuánto?
-Dos o tres horas, el sol nos abrigará.

Marcela no pudo despejar su mente del acoso fantasmal de Edgardo. Indagaba posibles explicaciones, la mentira más razonable. Una cosa es ocultar otra mentir nunca le mentí lo engañé bien no sospechó confía en mí soy una turrita no sé es por el bien de todos qué quilombo empezando por mí bien turra ¿llegaré o me salvaré?
Y el viento calmó y el sol despegó hasta alcanzar la mitad de su recorrido hasta el cenit. En silencio, los náufragos consternados rumiaban sus zozobras. Los juncos se erguían a lo largo de la costa. Rafael reconoció a lo lejos la farola de entrada del puerto de San Isidro. En silencio observó a Marcela. Miraba el fondo, su pelo esparcido dibujaba una extraña medusa. Cuando alzó la cabeza para respirar, se tranquilizó. Le devolvió la sonrisa que le entregó su compinche. 
-Hacemos pié.
-Yo no.
-Cuando pises, avanzá con cuidado, te daré la mano. El piso es fangoso, quizá tropecemos con alguna tosca, hay vidrios, hay latas. ¿Tenés las zapatillas, no?
-Sí.

Cuando alcanzaron la orilla -ni un alma a esa hora temprana- avanzaron hasta el juncal. Se desnudaron, tendieron la ropa al sol sobre los juncos. Pronto se durmieron abrazados. Fueron un solo cuerpo amalgamado por la providencia.
Me detengo, reflexiono cómo continuar el relato. He salido a la terraza y he regado las plantas. Repongo migas de pan en el plato que picotean los pájaros. Corro el toldo, me siento a la mesa con mi cuaderno y un vaso de vino. Sé que altero el canon que rige los cuentos. Un ripio impropio. Sin embargo, la literatura avanza con rupturas. Además, tengo cierta vocación de infractor. El relato ha llegado a un punto crítico. Hasta ahora sucedieron cosas. Cuando despierten los personajes ingresaremos en una faz de decisiones personales, puntos de vista disímiles, circunstancias existenciales incompatibles. Marcela, una mujer de 28 años, casada, con dos hijos, siete años de matrimonio. Rafael le dobla la edad, separado dos veces, tres hijos del primer matrimonio, dos del segundo, con desenfrenada vocación de aventuras en sus campos favoritos: la naturaleza y las mujeres. Supongo que Marcela se enamoró, y que para Rafael no es una aventura más: encontró la compañera a su medida con su vida ya hecha. O deshecha.
Delineo en el cuaderno ocurrencias para cuando despierten. El esbozo lo desarrollaré en el Word. Así es como escribo: primero rasguño en el papel, luego despliego electrónicamente. Al escribir de puño y letra, la mano sobre el papel trasmite sensaciones afectivas, serenan mi espíritu. Cuando golpeteo en el teclado, se crispa mi impaciencia, como la de quien redobla su desasosiego sobre la mesa. Esto escribí:
Primero despierta Rafael, otea sobre los juncos, reconoce a mil metros la escollera del puerto, su baliza, las chatas saliendo del río Lujan, la boyas del canal costanero, cincuenta metros de limo desnudados por la bajante, la soledad. No divisa el velero, el sol encandila, ¿se habrá hundido, lo atropelló alguna barcaza? Le arde la mitad del cuerpo. La desnudez dorsal de Marcela semeja un camarón, salvo los hombros protegidos por el brazo de Rafael. Comprueba que la ropa se ha secado, cubre a Marcela para protegerla del sol. Cavila. Ese nombre, Edgardo, ¿quien es Edgardo?, ¿un amante?, ¿una nueva amistad? Su marido la abandonó hace tres años, nunca mencionó su nombre, ni lo volvió a ver, se fue con otra le dijeron, está en España, jamás preguntó por sus hijos, ni pasó alimentos. ¿Edgardo? No le preguntaré nada. Haré como que no oí. Si hay trampa, me facilita. Esa llamita, ese inicial pelotudo amor mío, se extinguirá.

-¡Vamos! ¡A despertar!
-Mmmmmmm...
-¡No perdamos tiempo!
-¿Dónde estamos?
-Estamos vivos.
-¡Me arde el cuerpo!
-Vestite.

Marcela toma el traje de agua, protesta. Rafael, mientras se pone el suyo, le explica que no hay otra ropa. Se calzan las zapatillas, comentan el calor producido por el traje de plástico amarillo, parecen divertirse mirándose uno a otro, Rafael dice que investigará la zona, que lo espere. Marcela se sienta en posición budista. Medita cómo explicarles a los chicos su aparición al día siguiente, el último día del año, con esta facha. Ojalá estén solos o con mi hermana. Dios quiera que no hayan llamado a ese Edgardo. ¿Y después? Rodaron gotas por la cara de Marcela, lágrimas entremezcladas con el sudor.

*

Lectores: Dirán que el relato está inconcluso. Así es. Adrede, lo dejo sin finalizar. No siempre es necesario desarrollar una historia de cabo a rabo. No todo empieza y termina. La realidad es inconsecuente. También nuestra fantasía. Confieso haber querido brindarles la oportunidad de que lo abrochen, cada uno a su manera. Habrá así múltiples cuentos, tantos como los imaginados por ustedes.

PASTOR URDINARRAIN  

miércoles, 22 de enero de 2014

¡AH MAR!, de PASTOR URDINARRAIN


Amo al mar, útero de donde procedemos
los habitantes del planeta Tierra, dijeron los sabios.
Lo amo, confío en los sabios  y  creo en la ciencia
y malicio de profetas que apelan a la fe y nos dicen no preguntes
y  nos ordenan  creer a hombres de quienes recelamos.
Creo en la esperanza, espero.
Creo en la razón, razono.
Venero a la madre que nos parió,
al útero, no a la  costilla,  no al  relato, sí a las aguas
que cubrían al planeta, sí a  la evolución de las especies.
Creo en Darwin, no en Sidharta, no en Mahoma, no en Mateo.
Amo al mar, mi mar, el mar nuestro de cada día.
Recuso la Fe, apuesto por la Esperanza, abrazo la Caridad.
Virtudes humanas, no mandatos teológicos.
Amo al mar. Creo en el mar. El mar, espacio de especies,
de vientos francos,  de proas ceñidas, de pescas,
donde las tormentas estallan y  reposan los navegantes.
Al mar que no abriga a mezquinos  patrones
responsables de sillas vacías en mesas familiares.
No es culpable el mar, respeta al marino si es respetado.

Amo al mar
donde barrené olas
rescaté náufragos
topé ballenas
y surqué con orcas
y me acecharon barracudas
y nadé entre corales
y peces de colores
y forniqué en aguas calmas amarrado a mi barco
y coseché amistades
y compartí el vino
y guisos demorados en ollas porque mañana saben mejor.
¡Ah, mar!

PASTOR URDINARRAIN (86)